Del club a la
pasarela. Salvaje compañía vs. salvajeconsumismo Los años ochenta fueron en todo el mundo, pero de forma
especial en Londres, un laboratorio de formas e ideas en la moda y en la
música. Una exposición en el Museo Victoria and
Albert de Londres aborda la moda y la cultura de club de aquellos años.
Revisando la estética en la aparencia vestida que surgió en los clubs nocturnos
independentes y alternativos. Y que con el paso del tiempo fue trasladada al sistema de la moda, convirtiendo
lo underground en oficial. Haciendo el tránsito del “club to catwalk”. Los
años ochenta en Londres hicieron de la moda, la noche, la música, los fanzines,
los videoclips, las performances, las exposiciones y el “do it yourself” motivo de la existencia de una generación. En
esos años Londres empezó a formar parte del calendario internacional de
desfiles. Una razón de peso para ello era la creatividad rabiosa que invadía el
ambiente. Muchos jóvenes vivían en Londres para estudiar diseño. Pues la oferta
de escuelas de arte era, y sigue siendo, muy atractiva. La escuela St Martin´s,
Royal College of Art, Hornsey College of art, eran centros para el estudio de las
artes en un equilibro idóneo entre lo académico y la vanguardia. De esos
centros surgieron muchos notables diseñadores. Uno de esos jóvenes con talento
fue John Galliano. Quien al recordar el ambiente de la época, subraya que en la
escuela St Martin´s los jueves y viernes, nadie acudía a las clases, pues todo
el mundo estaba de clubbing. Preparando trajes para fiestas o haciendo fiesta,
trabajando los aspectos más singulares y excéntricos posibles.
Esa
originalidad en el look, tiene antecendente en lo que la escritora Edith
Sitwell, califica de “english eccentrics”, una colección de personajes que encuentran
en todo lo que es infrecuente, motivo último para su existencia. Siendo para ella
misma y para sus hermanos Sacheverell y
Osbert, el aspecto inusual y el desacato a las normas del buen gusto, los hilos
conductores de sus vidas y el de sus creaciones literarias. La
herencia de los Sitwell encontró en la
escena socio política de los años ochenta un buen caldo de cultivo. La juventud
pretendió criticar al sistema e inhibirse de sus normas con comportamientos y
aspectos excéntricos. Y los chicos y chicas se convirtieron en punks, nuevos románticos,
darks, góticos o camps, agitando a la sociedad y poniendo en duda la idoneidad
de los aspectos convencionales para el mundo postmoderno. Entonces el club, aparece
como lugar para exhibir la moda creada por uno mismo. Escenario de vídeos,
desfiles, historias de amor, exposiciones y acciones artísticas varias. Las fiestas en Daisy
Chain, Heaven, Batcave, KitKat Club, Roof Gardens, Taboo, Camden Palace, competían
en libertinaje y apariencias extrañas. Se dedicaban semanas a preparar un traje
para una fiesta. Se dormía sentado para non arruinar un peinado. E de todo ello
daban buena cuenta las publicaciones de la época desde The face, I-D e Blitz,
hasta el British Vogue y la Interview de Andy Warhol. Las
performances y bailes de Leigh Bowery, disfrazado de sujeto trans género,
marcaron un summun en la época. Las ropas de la tienda Boy, los diseños de Body
Map, Katharine Hamnett, Jasper Conran, Katharine Hamnett, Joseph e os
mercadillos de Candem e Portobello, llenaban la imaginación y el cuerpo de los
clubbers. Esa moda libérrima e lúdica fue fagocitada por las pasarelas,
convirtiéndose en predecible y tímida. Aquella salvaje escena clubber se
recuerda ahora en la inerte abstracción museística. Desde vivir en salvaje
compaña hasta comprar con voracidad salvaje.
Leigh Bowery La Bienal de Venecia del año 2005, en
el Arsenale, comisariada por Rosa Martínez, dedicó un espacio innovador e
importante a la exposición de las piezas textiles creadas por Leigh Bowery para
bailar en los clubs londinenses en los años ochenta. Este perfomer fue
exponente de referencia de la época incorporando a sus disfraces la estética de
lo abyecto, lo trans género, lo queer, el feísmo, lo sexual e iconoclasta,
inherente a todas las tribus urbanas de la época. Esa
revisión de los trajes como piezas de arte en un museo, tenía el mismo carácter
que la incorporación de las tribus urbanas de los ochenta al sistema de la
moda. Una transliteración de un código estético marginal y secreto en otro
lenguaje principal y universal. Es decir una difusión vulgarizada de unas
formas para nuevas funciones. Del cantante Adam Ant,
vestido como un corsario pasamos a chaquetas de corsario de Balmain. Del cantante
Boy George con sombreros gigantes y maquillaje de niña, pasamos a los sombreros
de Philip Tracey para Vuitton. De los Sex Pistols en tshirt con dibujos
agresivos pasamos a las Tshirts de Givenchy. Todas esas afinidades electivas,
hicieron de la estética su razón de ser olvidando la ética que existía tras ellas.
Ahora los intelectuales en el museo revisan esos préstamos y construyen teorías
hipermodernas con las que secar las lágrimas del saturado sistema de la moda.
Pasamos del aspecto como cuestión antropológica a la vestimenta como
manifestación del consumismo. Pudiendo afirmar que lo que venden las grandes
cadenas de ropa y grandes almacenes actualmente, por saturación, ya no es moda
es simplemente consumo. Con exposiciones como esta, podremos recapacitar sobre
el ámbito de la creatividad y su relación con la apariencia vestida.
Román Padín
Otero
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