Los
retratos del Rey Una exposición en
el Museo del Prado, en Madrid, revisita los retratos de Corte de dos décadas en
el siglo XVII. Bajo el título “Velázquez y la familia de Felipe IV”, se muestra
la retratítisca cortesana, del último decenio de Diego de Silva Velázquez, los
años 1650 a 1660, y otros diez años de producción de dos de sus seguidores. Los
pintores Juan Carreño de Miranda y Juan Bautista Martínez del Mazo. Se
trata de una selección de cuadros procedentes de los fondos del Prado y de
préstamos de otros museos, entre ellos el de Viena, el Louvre, Wellington de
Londres y museos norteamericanos. El conjunto ofrece al auditorio una pléyade
de nuevos acercamientos a esta página axial del arte universal, y española, que
es el barroco velazqueño como significante y sus significados. En torno al año 1650,
Velázquez está a punto de acabar su segundo viaje a Roma, donde tuvo una
notable actividad retratística entre los miembros da Curia. Mayoritariamente
retratos masculinos, la órbita del Papa, permite un ahondamiento en la psicología
de los personajes y en los colores como semiótica del vestido y el poder. El
celebérrimo retrato de Inocencio X, en la colección Doria Pamphili, es la obra
de referencia de la época. Tras
su vuelta a Madrid en torno a 1651, encuentra nuevas circunstancias socio
políticas que invitan a una nueva temática en los retratos de Corte. Con anterioridad, como
en Roma, era esencialmente pintor de retratos masculinos. La crisis económica, demográfica
y dinástica, de la corona Habsburgo en
España, incide decisivamente en la faz del arte, en los temas a representar por
los pintores de la Corte. La circunstancia de la ausencia de descendiente varón
hasta avanzado el reinado de Felipe IV,
establece una coordenada para la aparición de nuevos personajes en la
retratística de Corte. El matrimonio de Felipe IV, con su sobrina Mariana de
Austria, lleva implícita la realización de retratos de la reina. Además la edad
casamentera de la Infanta María Teresa, y su ulterior compromiso con el rey de Francia Luís XIV, invita así mismo a
retratarla para difundir su imagen. Las novedades de este período son pues,
los retratos de señoras. Y también los retratos de niños y niñas, una temática
poco tratada por Velázquez en etapas previas. Están así mismo, como novedad, las versiones de
cuadros de propia autoría y el cenit artístico en cuadros de grupo, como Las
Meninas y también Las hilanderas, ambos de esta época que trata la muestra. Aún
otra característica de esta etapa, es la presencia de los importantes trajes de las infantas, los niños y la reina, en
los cuadros. Es la apariencia vestida con trajes como símbolo de poder y
representación del comportamiento cortesano. La realización de trajes femeninos
con los guardainfantes, y ricos tejidos, permite emplear la superficie del cuadro
como un campo para la representación del virtuosismo del maestro y la
traslación del lujo al vestuario. También aparecen los tejidos, en las cortinas
y tapicerías, que cada vez adquieren mayor presencia como decorado dramático. A
veces ocupando la mitad de la superficie del cuadro, en un gesto colorista y de
puesta en escena tanto pictográfica como sociológica. Por la maestría, del que
pinta las aguas y pliegues de las telas y por la riqueza de quien se retrata
con ricas filigranas y materiales. La
historia del arte, dedicó muchas páginas a los retratos ecuestres realizados
por Velázquez para el Salón de Reinos del Alcázar. Ahora, esta muestra, escribe
una nueva página centrando la atención en los retratos de efigie de busto y de
cuerpo entero de los “dramatis personae” de la Corte de los Habsburgo.
La infanta Margarita La protagonista del
cuadro Las meninas, es la infanta Margarita. Aunque también está representada la
efigie de los reyes, la del propio Velázquez, en una vocación de hacer patente su éxito en la Corte, y están también los que
llaman, enanos y hombres de placer. Unos pequeñitos, que acompañaban y
entretenían a los monarcas, y servían de parangón para subrayar la mayestática
figura de los soberanos. Las diferencias entre unos y otros, eran de condición
natural. Pero el punto en común, estaba en la riqueza de los materiales para las
vestimentas de los elegidos y los humillados. Todos vestían con gran
importancia. Los retratos de la infanta Margarita, que
acoge la exposición, son tanto una colección de efigies de la que era una
jovencita, como también un archivo de la importancia del traje en la Corte de los
Habsburgo.
Retratada por Velázquez, por el
taller del pintor, por Juan Bautista Martínez del Mazo. En orden cronológico
inverso, la ya emperatriz Margarita, vestida de luto por su padre, en rigor
negro. Vestida en traje rosa, con blondas más vistosas e corpiño más neutro, en
una gama cromática que recuerda su
presencia en Las Meninas. Una novedad en esta exposición es la versión del cuadro
realizada por Juan Bautista Martínez del Mazo. Aparece también la infanta retratada
en un severo traje verde, y en otro más ligero azul. Son otras tantas presencias
vestidas de una infanta que mantiene impertérrita su seriedad de pálida fragilidad en una
carita como de porcelana.
Román Padín Otero
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