Vestido de seductor
La carrera
por la elegancia masculina está entregada al arduo oficio de eterno seductor. La
sastrería ajustada actual, atiende a la voluntad universal del hombre de
esculpir aún más sus músculos turgentes recién llegados del sport. La ropa de
atletas obedece a la comodidad y a la fantasía supersónica de ir vestido como
un deportista futuro con superpoderes y supercolores. La vestimenta más
generalizada, el sport, busca definir también el cuerpo del hombre fornido,
ligero y todoterreno que encarna un alfa man del siglo XXI. En
definitiva, no es sólo la Venus, la mujer, quien se entrega con horizontalidad
al arduo oficio de seducir como una voluptuosa Dalila. También el hombre busca seducir
como un, a veces, hipnotizado Sansón. O como un errático Pistorius. Esta actitud de
eterno seductor, no la traemos a colación ex novo, sino que existe como arquetipo
de conducta masculina inherente a la sociedad occidental desde la época moderna.
La literatura está habitada por personajes axiales dedicados a la seducción
como una de las bellas artes, en juego dialéctico de Thomas de Quincey.
El seductor de
seductores, “El burlador de Sevilla y convidado de piedra” o sea Don Juan, de
Tirso de Molina, ejemplifica el embaucador de corazones típico del siglo XVII,
más tarde “updated” en la obra de José de Zorrilla del 1844. Don Juan tiene un
aspecto de indecisa varonía. Una belleza especial que se acentúa por su
delicadeza cercana a lo femenino. Es apuesto y arrojado, pero petimetre, con un
vocación insostenible de enlazar una víctima del corazón con la siguiente. No
lejos de esa actitud encontramos al Vizconde de Valmont, el personaje principal
de la novela epistolar más bella de la lengua francesa. “Las amistades
peligrosas”, de Pierre Choderlos de Laclos, datada en el año 1782. Valmont, va también ataviado de seductor. Su
actividad se centra en la eterna y casi delictual actividad de seducir sin fin.
Su aspecto de lechugino de la época, encarna a la perfección el sobrecuidado ocioso,
que busca atraer el corazón y la carne de cómplices sexuales o amatorios. El siglo XIX encuentra en el
Marqués de Montesquiou, inspiración para la novela decadentista, “A
contrapelo”, de Boris Karl Huysmans. El personaje traspuesto se hace llamar en
la novela Des Esseintes. Es un errático seductor, un dandy esteta que práctica
el cinismo ético. Tiene en sus gustos por los tejidos y los objetos una
absoluta perversidad moral. Es pesimista y adicto a la belleza extrema, algo
que le conduce a la más onanista de las seducciones, la soledad.
Se entiende que el personaje del ciclo de novelas, “Las sonatas”, de
Ramón María del Valle-Inclán, el Marqués de Bradomín, es una especie de Don
Juan-des Esseintes al estilo español del universo del esperpento. El Marqués es
feo, católico y sentimental. Además de ser cínico, descreído y galante. Todas
ellas características que parecen encajar a la perfección con la imagen púrpura
del Marqués en la Curia romana o la apócrifa del Marqués en la capa española de
aires semejantes a la que lucía el propio escritor.
El siglo XX, tiene no pocos personajes icónicos en la literatura de la primera
mitad, desde Swann de Marcel Proust, al Ulises de James Joyce. Todos ellos
erráticos paseantes de una era de cambios, de un tiempo perdido, de un día de
24 horas que parece eterno. Un conspícuo seductor es en la literatura de
finales del siglo XX, Patrick Bateman, el personaje de la novela “American
Psycho”, publicada en 1991, por Bret Easton Ellis. Mister Bateman, es un
financiero de Nueva York de la época del pelotazo, a quien le gusta cultivar su
cuerpo, con gimnasia y cremas de Clinique u otras marcas semejantes, lleva
trajes de franela con raya diplomática y corbatas de seda pesante. Presta
atención a los objetos de diseño, a las tarjetas de presentación y a las
marcas. Es asimismo, bajo esa capa de perfecto seductor wasp, un asesino en
serie. Es también un caníbal. Un ser ultraviolento y experto realizador del
arte de la doble vida. ¿El lector,
caballero del siglo XXI, con cual de los arquetipos de vestido para seducir se
encuentra más identificado? O quizá ya uno no se vista para seducir, sino que
la moda consiste en desnudarse para seducir y mostrar, mutatis mutandi, los
verdaderos sentimientos y creencias de un hombre puro de espíritu, alejado de
las marcas, los sastres y las camisas de cuello rígido. Román
Padín Otero
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