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Jean-Paul Gaultier,
humor, humanidad, alegría.
Se han celebrado los 50
años de Jean-Paul Gaultier en la moda con la puesta en escena del desfile de
alta costura primavera-verano 2020 de la firma homónima del diseñador. La
convocatoria fue en el Teatro del Châtelet, una gran sala que recibió en los
albores del siglo XX a los Ballets Russes con el gran Nijinsky y el no menos
grande Picasso creando escenografías como el telón del ballet Parade. Esa misma sala acoge ahora, en el inicio del
siglo XXI, el desfile de Gaultier que reúne a una pléyade de personajes del
“gran mundo” del arte, la cultura y el pensamiento.
La notoriedad del
desfile es doble pues Jean-Paul Gaultier anunció que sería el último, su
despedida de la alta costura, por lo que este diseñador apodado “enfant
terrible” de la moda francesa, puso de luto al país de la igualdad, la libertad
y la fraternidad, al confirmar que se iba del espacio público de la gran moda.
Aunque para enjugar las lágrimas del público quizá no se vaya del todo y siga
con otras modas de otros modos.
La
importancia de este desfile de doble efeméride, para el lector español, gallego,
santiagués, no es baladí, pues es mucho lo que sin saberlo la sociedad le debe
al talento desternillante y osado de JPG.
Jean-Paul Gaultier
desde sus primeras colecciones en los años 1980, puso el énfasis en una interpretación
de arquetipos franceses como el marinero, la portera, la mujer en corsé, el
jinete, la dama del siglo de las luces, el garçon (camarero y chico). A los que
unió apariencias e identidades no euro céntricas como chinos, mongoles,
africanos, indios. Y modos con modas mexicanas, americanas del norte,
andaluzas, japonesas. Recurrió a la representación de las religiones y los
hábitos, católicos, ortodoxos, judíos. Puso de moda y trajo a colación
accesorios y prendas entonces poco conocidos e infrecuentes, los tatuajes, los
piercings, las kilts, las faldas para hombre, el corsé, el sujetador de copas.
Y para hacer los diseños recurrió a todas las técnicas de la costura y
sastrería, desde el corte inglés, al drapeado, pasando por las plumas o el
macramé. Pero también empleó técnicas escultóricas, con metal, hibridación de
objetos, reinterpretación de otros.
El mundo de Gaultier
está lleno de humor, pues hace retruécano de todo y de todos. Es un universo
para la humanidad y por la humanidad, pues caben todas las culturas, las
formas, las generaciones y eso conforma su estética. Y es un universo de
alegría donde todas las representaciones e imágenes son dichosas, no hay
Gaultier con caras largas.
Hoy cuando la economía,
la sociedad y el sistema de la moda predican diversidad, sostenibilidad, reciclaje,
fluidez de géneros, hemos de tener en consideración que el antecesor de todo
ello fue Jean-Paul Gaultier. Con una gran diferencia, pues el mundo de Gaultier
se creaba por dicha, por alegría, por gozo en el alma. La razón de ser de esos
valores hoy es la norma, la ley, la imposición, la obligatoriedad, el castigo.
Cuando la pasarela de
la despedida de la alta costura de Jean-Paul Gaultier se llenó de la música de
Boy George y de los Rita Mitsouko, se evocaba y se disfrutaba. Al aparecer
Rossy de Palma con aires flamencos o Amanda Lear con unas piernas infinitas, se
celebraba y se entretenía. Los hombres en falda, las mujeres en corsé
reafirmante, hacían pensar en una libertad hedonista, de lujo, calma y
voluptuosidad.
La libertad de Gaultier
lo es por convicción, por herencia ilustrada, por balada de bulevar. Es una
igualdad de comunión con la humanidad, con la variedad de las personas, con su
realidad. Y es fraternal pues todos somos iguales para esa cultura, para esa
moda, para ese arte.
Si la revolución
gestada por Gaultier cumple 50 años, hemos de pensar que es hora de sonreír, de
querer al vecino, de interesarse por el prójimo
y no solamente de hacer por ley, por necesidad, por obligación, lo
sostenible-reciclado-fluido-diverso. Celebremos el nuevo paradigma 2.0,
aplaudamos a Gaultier y sonriamos por la vida, a todos, a todas.
Román Padín Otero
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